domingo, 4 de enero de 2015

A dos centímetros.

El uno de enero de cada año, todo el mundo promete y repromete cincuenta veces aquello que va a conquistar en los 365 días que vienen. En la mayoría de los casos, promesas efímeras que rebotan del primer día de un año al siguiente, según mi opinión y experiencia.
Es una tradición que nunca he entendido bien del todo. Soy más de analizar el año anterior y no intentar predecir minuciosamente el próximo porque no creo en eso del borrón y cuenta nueva. Mi cuenta vieja, por bonita o fea que sea, me hace lo que soy hoy y eso, señores, me gusta. Y mucho.
Saboreo qué es lo que he aprendido durante los últimos doces meses para afrontar la avalancha de lo nuevo, porque todos tenemos nuestro equipaje que, aunque tiene matices de pasados rotos y a veces viene acompañado de sabores amargos, es lo que nos prepara para el futuro. El truco para mí está en querer a mi manera esas lecciones que me ha dado el año e irlas metiendo en mi maleta, cada vez un poco más desgastada, no como peso de castigo, sino de aprendizaje.
Diría que una de las lecciones más importantes de este año ha sido aprender que no todos los espacios en blanco están ahí para ser rellenados. Que a veces nos empeñamos y con frecuencia no tiene que ser. Y eso, para mi cabeza cuadriculada tirando hacia el extremo germano, ha sido una sorpresa algo difícil de asimilar.
Otra sorpresa que me ha traído el año es la demostración de que hay sueños que sí se cumplen, si uno sabe esperarlos con la paciencia adecuada. Ha llegado nuestro momento, y reúne todos los ingredientes básicos en los que siempre he creído: confianza, respeto y un poco de locura de vez en cuando, que nunca viene mal. Y sobretodo saber que esos dos brazos serán mi refugio permanente, hace que dé gracias todos los días.
He aprendido que como mejor se vive es a dos centímetros de la realidad, que nunca hay que tomarse la cosas muy a pecho y que hay que saber distanciarse cuando el momento lo requiere. Aprender a mantener la cabeza fría para saber lo que realmente quiero es una de mis lecciones más importantes. Que está claro que no se puede ser agua, y que no podemos expandirnos para cubrir todo porque al final perdemos nuestra esencia. Lo que te hace a ti tú, y lo que me hace a mí yo.
Resulta también que el tiempo tiene un carácter descaradamente impresentable y siempre engaña: se pierde demasiado rápido y es imposible de recuperar. Y que existe una diferencia muy grande entre perder el tiempo o perder el tiempo contigo.
Una nueva sorpresa ha sido el cambio de estilo de vida, en todos los sentidos, al hacer más caso al corazón que a la razón. Suena muy fácil decirlo pero no lo es llevarlo a cabo. Levantarte todos los días y pensar que si has tomado la decisión adecuada y dudar es jodido, pero al final todo se acaba encauzando hacia lo mejor.
Pero definitivamente he llegado a la conclusión de que la mejor sorpresa es ya. Ahora. Hoy mismo. No eso que pasó hace un segundo imposible de recuperar y a lo que damos demasiadas vueltas, sino lo que pasará dentro de unas milésimas y hay que agarrar.
Sin ser ninguna novedad, como todos los años, la gente sorprende para bien o para mal. Alguno que pensabas que era inamovible, resulta que lo es. Alguno que pensabas que era movible, resulta que no lo es. La cuestión está en aceptar el cambio, siempre después de haber luchado por ello, y así podrás dormir un poco mejor. A mí sinceramente me tiene que sonar el despertador ocho veces hasta que consigo despegar pestañas.

Que como siempre me quedo con lo mejor de lo vivido.

Que eso de andar en círculos no me gusta porque acabas donde empezaste.

Que a veces es mejor dejar que las cosas suenen a derrota, porque al menos despegaste los pies del suelo.

Que hay cosas que saben a cielo pero hay que dejarlas ir porque duelen como un infierno.

Y que sobretodo, los imposibles no existen, solo depende de cómo enfoques el problema, y más importante aún, la solución.

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